Por José María Posse. Abogado, escritor, historiador.
El 7 de setiembre de 1861, en los campos santafesinos de Pavón, las fuerzas liberales de Buenos Aires, comandadas por Bartolomé Mitre, obtuvieron una victoria sobre las confederadas de Justo José de Urquiza. El resultado de la batalla tuvo graves repercusiones en Tucumán. El 18 de diciembre se cumplieron 162 años de la Batalla del Ceibal, determinante para el triunfo del bando liberal tucumano.
El problema estalló en Santiago del Estero meses antes, cuando el gobernador federal, Ramón Alcorta, había sido destituido por los hermanos Taboada, partidarios de Mitre, le pidió al entonces presidente Derqui que lo asistiera para ser repuesto en el cargo, y éste ordenó al jefe del Ejército del Centro, general Octaviano Navarro, que ejecutara la reposición por la fuerza de las armas de ser necesario. Asimismo Derqui quería remover al gobernador de Tucumán, Salustiano Zavalía, amigo de los porteños.
El general Navarro avanzó con sus fuerzas desde Catamarca intimando a Zavalía para que pusiera a su disposición las armas y milicias tucumanas, además de autorizar a las fuerzas salteñas, que venían a unírsele, a cruzar por la provincia. El tucumano advirtió el peligro del ingreso de los salteños, ya que conocía que el ex gobernador federal Celedonio Gutiérrez marchaba con ellos.
El gobernador tucumano se entrevistó con Navarro en su campamento, y solo recibió su desaire, endureciendo aún más sus condiciones. El tucumano era un abogado, pacífico y bien intencionado, quien chocaba con las ideas belicosas del caudillo liberal tucumano José María del Campo, conocido en su tiempo como “el cura Campo”, exsacerdote de fama temible, varias veces gobernador de la provincia.
Ante el fracaso de Zavalía, el mencionado lo depuso e hizo nombrar en su lugar a Benjamín Villafañe, un hombre de prestigio en su época. Éste también intentó un arreglo pacífico sin resultados positivos. Mientras tanto, ocurría la referida batalla de Pavón. La contrariedad se suscitó al llegarle a Navarro la errónea información de que, en aquel encuentro, habían triunfado los ejércitos de la Confederación. El catamarqueño envalentonado resolvió marchar de inmediato sobre Tucumán. El gobernador Villafañe intentó evitar el enfrentamiento bélico, pero fue traicionado en su buena fe por los federales; la lucha era inevitable.
Manantial sangriento
El 3 de octubre las fuerzas confederadas, ya reforzadas con las salteñas, sumaban unos 3.800 hombres, quienes avanzaron sobre las tropas de Tucumán, apenas regimentadas por unos 1.600 hombres entre infantes y caballería. Tal como se temía, entre las fuerzas federales venía el ex gobernador Gutiérrez, al mando de los emigrados federales tucumanos. El Gobierno no tuvo más remedio que aprestarse a la lucha, y José María del Campo conducirá nuevamente las tropas de Tucumán. En la madrugada del 4 de octubre las fuerzas a su mando se dirigieron hacia el campo llamado indistintamente El Manantial, El Manantial de Marlopa o El Rincón de El Manantial; ubicado a unos 10 kilómetros de la capital tucumana; era planicie enmarcada por una curva al naciente hacia Santa Bárbara o El Rincón, que forman el Río Lules con su afluente el Manantial (actualmente están allí las poblaciones de Chañarito, San Felipe y Santa Bárbara). Fue justamente ese “Rincón” el escenario de varias batallas de nuestras guerras civiles.
Invitado por Navarro a conversar, Villafañe partió solo a la entrevista, a pesar de las reconvenciones de Campo. Se suscitó entonces un ríspido diálogo con Navarro, del que participó también e amenazante Gutiérrez. Villafañe trató de evitar a toda costa la lucha y regresó hacia sus filas para tratar las condiciones con su estado mayor. En momentos que se encontraba conversando con el nervioso Campo, una partida federal cayó sobre ellos matando a un oficial y a tres soldados.
Campo resolvió entonces iniciar el combate sin más trámite. Desesperado Villafañe, con una bandera blanca, volvió al galope al campamento de Navarro para otra tratativa, a pesar del suceso. Regresó animado, pensando que había logrado convencer a los invasores, aunque rápido se desengañaría. Ni bien arriba a sus filas, llegó un ultimátum de Navarro que lo intimaba a rendir las armas. Al no recibir respuesta, se inició el combate de El Manantial. La sangrienta lucha duró una hora y media, con el triunfo de las fuerzas confederadas de Octaviano Navarro. Villafañe logró escapar por un pelo de la masacre y las fuerzas tucumanas se desbandaron. El caudillo José María del Campo, herido, se dirigió con un grupo de leales a Santiago del Estero, en busca de la protección de los hermanos Taboada.
Anarquía en Tucumán
El 5 de octubre, un grupo de ciudadanos eligió gobernador interino de Tucumán al federal Juan Manuel Terán. En la ciudad y sus alrededores, la situación era caótica. Partidas federales ingresaban a los comercios para requerir una suma que llegaba a los 5.000 pesos; se saquearon ingenios, curtiembres, estancias; se engrilló a los reticentes a contribuir; se arreó todo el ganado posible de los campos. Para colmo de males, una serie de incendios forestales en los montes, se desataron también, incontrolables.
Ante la violencia descontrolada, Terán delegó el mando en Patricio Acuña, cuya mano fue mucho más dura. De aquellos años nos han llegado unos versos, que Juan Alfonso Carrizo recopiló en su obra… “Ay, año sesenta y uno/ Principio de tantos males/ Ya los hombres no conocen/ Sus propias iniquidades…/ Corre la sangre en San Juan/ Tiembla la tierra en Mendoza/ Entre llamas horrorosas/ Arde el suelo en Tucumán”.
El victorioso general Octaviano Navarro invadió resueltamente Santiago del Estero, para someter definitivamente a los Taboada. Pero en el camino le llegó el verdadero resultado de Pavón que, unido al hambre y la sed que ofrecían los salares santiagueños, lo obligó a retirarse. Lo que no esperaba fue la rápida reacción de Taboada, quienes se prepararon a toda prisa para marchar sobre Tucumán, junto con el restablecido José María del Campo.
El Ceibal
Los confederados, al mando de Navarro y Gutiérrez, se concentraron en “El Ceibal” o “El Cevilar”, punto central del referido campo de “El Manantial”.
El siguiente es un relato de ficción, de lo ocurrido entre los meses de noviembre y diciembre de 1861. El que relata es el propio José María del Campo: “Apenas recuperado de mis heridas, me dirigí a ver a los Taboada, quienes ya tenían la orden del presidente Mitre de asistirme. Mediante ciertas condiciones y luego de convenir un pago por los costos que la guerra les ocasionaría, nos puso a disposición todos sus elementos bélicos y soldados, con los que organizamos un nuevo ejército. De inmediato comenzamos a constituir nuestra red de aliados en el sur tucumano y tuvimos la sorpresa de obtener ayuda hasta de aquellos que hasta ayer no más eran nuestros enemigos. Tanta era la brutalidad de trato de los federales vencedores en Tucumán. Enceguecidos de soberbia, Navarro y sus secuaces no imaginaron que en tan poco tiempo podíamos levantar una fuerza capaz de batirlos. Resueltamente marchamos sobre Tucumán, donde comenzaron a sumarse partidas de hombres leales desde los cuatro puntos cardinales. Los federales supieron que estábamos encima, cuando no tenían tiempo más que el necesario para salir a enfrentarnos. La sorpresa ahora, estaba de nuestro lado. En los campos del Manantial, un 18 de diciembre de 1861 los derrotamos completamente gracias al arrojo y al valor de una tropa cuyo estandarte fue su jefe, quien comandó cada una de las cargas.
La mañana siguiente entramos triunfantes a la ciudad; todo aquello era celeste, las cabalgaduras, los cintajos, hasta las testeras y cóleras de los caballos, los abanicos de las damas y los trapos que colgaban de las casas. Flores alfombraban las calles, ya el rumor de fiesta se escuchaba a la distancia. Al entrar en la plaza, las campanas de las iglesias comenzaron a repicar, mientras los tambores de los pardos siempre dispuestos a la danza, daban aquel espectáculo un tinte maravilloso, como nunca antes había yo experimentado. Las damas tucumanas, de ojos oscuros y piel cetrina embellecían con su presencia las fiestas de recepción que en mi honor se dispusieron. En cada casa de las familias liberales se improvisó un baile, y el pueblo llano fue espontáneo en demostrar su algarabía. Así, lo que sucedía en los hogares, ocurría en negocios, pulperías, humildes ranchos y plazas.
La ciudad de Tucumán estaba de fiesta, una fiesta popular como no se recordaba. Hasta a los costados de las carretas agrupadas en el mercado se bailaba, y se daba vivas a mi nombre. Era yo el sepulturero de la Federación. La fiesta popular no desmayó un momento durante todo aquel día y toda aquella noche, sin que en ninguna parte se diera lugar a que la Policía interviniera. En razón de que Tucumán estaba sin gobierno, inmediatamente se convocó a elecciones al pueblo de toda la provincia, y la votación, como tenía que suceder, fue unánime. A los pocos días fui ungido como Gobernador de la Provincia, por tercera vez. Asimismo quedó establecido, de forma palmaria, que sólo nosotros podíamos asegurar la paz en la provincia. Por muchos años no volverían a disputar nuestra preeminencia.
Navarro pagaría cara su osadía; en los meses subsiguientes fue perseguido como a un perro rabioso, despojado de sus pertenencias en Catamarca y saqueadas sus estancias. Celedonio Gutiérrez escapó con lo puesto rumbo a Salta; su porfía seguiría causando estragos en adelante.
De aquellos años he conservado unos versos, luego transformados en una canción que se tocaba en los fogones de nuestros campamentos. Siempre cargo conmigo, una copia que me hiciera llegar el poeta Domingo Díaz: ¡Viva nuestro invicto Campos!/ Libertador tucumano/ Puesto en su solio triunfal/ ¡Viva el fuerte americano!/¡Viva y sobreviva siempre!/¡Viva el nuevo astro argentino!/ ¡Viva el Cid valiente y fino!/¡Viva ese adonis luciente!/¡Viva con su celo ardiente!/ ¡Viva en la sierra y en el llano!/¡Viva el gobierno en su mano!/¡Viva con sus fuertes filas!/Y sobre todas las vidas/¡Viva el fuerte americano!”.
El 27 de diciembre, la Sala de Representantes nombró a José María del Campo gobernador propietario ante la renuncia indeclinable de Villafañe. Días después, Tucumán entró en el nuevo orden nacional. Declaró caduca la Confederación Argentina y sus autoridades y facultó al vencedor de Pavón, Bartolomé Mitre, para ejercer el Poder Ejecutivo Nacional y convocar a un nuevo Congreso. Los federales no se quedarían de brazos cruzados, desde los llanos de La Rioja, el Chacho Peñaloza se convirtió en el abanderado de la resistencia. Invadió Tucumán a comienzos de 1862 y nuevamente el valiente cura Campo (haciendo gala de una inaudita temeridad), lo derrotó en la épica batalla de “Río Colorado” el 10 de febrero, lo que marcó el ocaso de los gobiernos federales de Salta y Catamarca. Pero ello constituye otro capítulo de una historia de desencuentros, que parecía no tener fin.
Bibliografía:
Carlos Páez de la Torre (1994), “Historia Ilustrada de Tucumán”; Libreros Asociados; Tucumán.
Juan Alfonso Carrizo (1926), “Cancionero Popular de Tucumán”; Bs. As.
Antonio Correa (1925), “Geografía de la Provincia de Tucumán”, UNT.